martes, 25 de noviembre de 2014

A veces pienso que tengo más preguntas para Google que para que una persona cercana.
Preguntar por ejemplo:
¿Cómo se convierte un video de mpg a mpg-4?
¿En dónde queda Guangzhou?
¿En qué año nació Han Bennink?
Platicar de lo inmediato por Whatts App:
Típico sol de invierno.
¿Ya viste Birdman?
¿En dónde vas a comer hoy?
¿Qué hiciste el sábado?
y por el Messenger del Facebook:
¿Ya viste este video?
Un gato juega con una hoja de papel.
Un gato porta una cámara y graba todo lo que encuentra en su jardín.
Un gato no deja pasar a un perro por la puerta.
Un gato salta a la pierna de su dueño y toma leche de una mamila.
Odiar el timeline del Twitter y eso que son personas que yo he elegido seguir.
¿Por qué hay veces que el timeline es tan aburrido y lugar común?
Odio los tweets de buenos días, buenas noches.
Odio el día internacional de.
Odio las frases célebres.
Odio en un día como hoy pero de.
Odio los tweets de personas que se esfuerzan mucho en tweets “poéticos” tweets “relevantes”.
Al menos paso media hora entre el Facebook y el Twitter sólo para concluir que la mejor red es el Pinterest.
Más contemplación menos información.
Y prefiero la parte de fantasear:
¿Podría poner esto en mi cocina?
¿Si pinto las patas de las sillas de mi comedor, se verían así?
¿Esos zapatos los podré comprar por internet?
¿Si cambio de lugar la alfombra se podría ver mejor la sala?
¿Si cuelgo los cuadros de esa manera se verá más luz?
Y si mejor me pongo a escribir algo relevante en lugar de perder mi tiempo con tanta tontería.
Y si mejor… ¿busco música nueva en soundcloud?
Dieta básica para estar enfrente de la computadora: una quesadilla y una copa de vino tinto.
Ordenar las cosas para ir a trabajar.
Lavar trastes sucios.
¿Será demasiado si pego una franja de gatos en el refrigerador?
¿Nada más así porque se verá bonito?
Tener completa libertad en pegar cosas en el boiler ¿será muy cursi?
¿Estoy saturando la cocina con pegatinas?
Cambiar de lugar un florero.
Cambiar, acomodar, dejar las cosas en orden, otro orden.

Abrir la ventana y ver pasar los carros sobre Cuba.
A veces es mejor no hacer nada, dejar de preguntar y ver lo que pasa afuera.

martes, 11 de noviembre de 2014

Prefiero morderme las uñas de la mano derecha. 
Prefiero no escribir mails desde el teléfono.
Papel para lo que no quiero volver a leer.
Prefiero que nadie lea cuando escribo, prefiero escribir.
Prefiero sentarme a la orilla en las salas de cine.
Palomitas si voy con más de tres personas. 
Prefiero pagar con tarjeta, nunca saber cuánto me queda. 
Prefiero tomar el té tibio. 
Prefiero que nadie me vea cuando cocino. 
Prefiero que llueva mientras duermo.
Prefiero los zapatos de piso.
Prefiero que me queden grandes.
Prefiero leer los libros de Anthony Browne en librerías.
Prefiero escribir los lunes y leer los domingos.
Prefiero hacerlo en silencio.
Prefiero a la gente con ojeras.
Prefiero los planes improvisados.
Prefiero no escribir en pasado.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Prefiero los lunes para estar triste; el abrigo gris que el saco negro.
              Las postales que los separadores, las libretas que los libros.
Prefiero los cortometrajes y las playlist con título.
              Esta taza para el té, esta cuchara para el azúcar.
Prefiero la lavanda que la mejorana.
              A veces sólo el silencio y el rumor. A veces nada.
Prefiero a Pavlova y su inexpresivo rostro de amistad.
              Su caminata sin prisa, sus ojos verdes, su ronroneo.

Prefiero los besos de mi marido, la mirada cómplice y mi anillo de lapislázuli.
              Los nombres secretos, una mano sobre otra, un dedo en la nariz.
Prefiero el centro histórico, su olor, sus ruidos, su inseguridad.
              La metáfora de su historia, de su traza original y su conquista.
Prefiero el inglés en mis audífonos y el español en la escritura.
              I hear you walking en el vacío de mi corazón.
Prefiero las palabras, una por una, escribirlas como pitonisas de lo que viene.
              Protagonistas de deseos, una construcción que no tiene espacio físico.
Prefiero escribir cuando todo parece no tener remedio.
              ¿Cómo se ataca algo que no tiene rostro? ¿qué es el mal?

lunes, 3 de noviembre de 2014

Una amiga me regaló una libreta roja, el objetivo: convertirla en un inventario de azares. En muchos relatos de Auster, casi todos vinculados con lo fortuito, aparece un cuaderno rojo (a veces azul). En 1996 el mismo autor publicó un libro titulado así, El cuaderno rojo, se trataba de un compendio de anécdotas vinculadas con el azar. Situaciones que no debían darse, gente que supondríamos no podría conocerse, coincidencias y encuentros fortuitos. La improbable se vuelve realidad, de ahí el asombro. Por alguna razón, creemos que el orden de los eventos está dado y cualquier imprevisto o vínculo no supuesto debe impactarnos.
Siempre me he sentido un “imán de azares”, una víctima constante de las casualidades. Escribir en  mi propio cuaderno/Moleskine rojo(a) suponía un trabajo sencillo.
Empecé:
Inventario de coincidencias, fragmento. (aleatorio)

Caminamos por Lisboa, los dos volvimos a México. Después, nos hemos encontrado tres veces, siempre en el mismo lugar.

Lo vi en un Golf blanco cerca de mi casa, placas de Jalisco. Era compañero de clases de mi ex novio, lo odiaba. Se hizo mi novio.

Escribió una novela sin conocerme. El personaje tenía mi nombre, mi signo, mi pelo y no sonreía en las fotos.  Era yo, sin querer.

La coincidencia parecía inadmisible, la lejanía contrapuesta a una absurda cercanía. Sigue siendo mi anécdota favorita.

Conocí al que probablemente sea el único AnnArboriano en el D.F. Fuimos a la comida china y descubrimos que estudiamos en el mismo kínder (en México).

No supe cuáles eran los suficientemente sorprendentes para incluirlas, cuáles habían sido casualidades reales y cuáles decidí narrar como tales. Quizás hay algo emocionante en pensar que nos cruzamos en el ritmo aleatorio del cosmos, que hay eventos que nos atraviesan por accidente, y se repiten, para recordarnos que el caos es el orden.

Mi cuaderno rojo tiene pocas muy páginas escritas.